«Con cierta confianza acepté el desafío con el Ballet de la Mar pero más temprano que tarde, esa sensación de seguridad fue sustituida por una de incompetencia resultado de entender que era totalmente inexperto en ballet y recordé como me sentí tres años antes cuando tuve la osadía de enfrentarme a la danza oriental, afloró la misma sensación de frustración y desconcierto, además de estar transpirando profusamente y siempre tarde ante el momento. Apliqué lo aprendido en mis años de exploración submarina, algunos años antes: Detente, respira y piensa, a esto le agregué “siente”.
Entendí que no estaba conectándome con la ritmología del ballet, la cual es totalmente distinta a las disciplinas de danza que había confrontado anteriormente, por ende dejé de fotografiar por “oído” para “cazar” el momento visualmente, lo que no fue prudente.
Al detenerme y conectarme con la música, poco a poco el ballet se fue revelando ante mis ojos, empecé a intuir primero cuando esos instantes claves podrían aparecer e incluso cuando descansar, luego esa intuición se transformó en conocimiento y ha ido evolucionando a través del tiempo».